Fue un pequeño comienzo que prometía ser apenas una nota al pie de la página en la historia del movimiento ambiental. Sin embargo, cuando el Phyllis Cormack zarpó de Vancouver, en la tarde del 15 de septiembre de 1971, algo realmente nuevo comenzó: una fuerza por el cambio. En los años siguientes, Greenpeace se volvería un símbolo global para la gente que buscaba desafiar a aquellos que contaminan y dañan el planeta.
Es difícil imaginar que a partir de esos pequeños, y hasta desorganizados, comienzos, Greenpeace se haya transformado en una organización con la habilidad para hacer temblar a los agentes de poder establecidos e influenciar en las agendas ambientales nacionales e internacionales. Pero eso es lo que se ha hecho.
Greenpeace no puede afirmar que cambió por sí sola el pensamiento de las personas acerca del mundo en que viven. Sin embargo, al adoptar la acción directa no-violenta como forma de trabajo, hace 36 años, estableció un patrón para que otros lo sigan, no sólo en el movimiento ambiental, sino más allá.
Las voces de protesta han sido escuchadas en todo el mundo: por los políticos, los gobiernos y las empresas. Los argumentos que de otra manera hubieran sido descartados han sido escuchados y aceptados. En países donde las opiniones de quienes detentaban el poder eran dominantes y pocas veces aceptadas por la sociedad, el derecho de tener una opinión y actuar se ha convertido en algo aceptado y hasta establecido.
En Líbano, destruido por la guerra civil de los años 1970, en la Unión Soviética y después en Rusia, en China, en Turquía y en México por nombrar algunos países, Greenpeace ha sido el pionero en la realización de protestas civiles pacíficas. Ha demostrado que, cuando algo es lo suficientemente importante, defender los principios y desafiar a los tomadores de decisiones hace la diferencia.
También en países donde los derechos democráticos han estado establecidos por largo tiempo, Greenpeace ha desarrollado un nuevo estilo de hacer campaña y ha mostrado que hay formas efectivas de levantar la voz y de hacerse escuchar para hacer una diferencia. Nuestros activistas han sido encarcelados, nuestras campañas han cambiado las leyes. Al final, son los argumentos que sostienen las acciones de Greenpeace los que se han ganado el día.
Los medios de comunicación han reportado estos cambios como incidentes y eventos. Ya son historia. Sólo cuando se reflexiona en cómo serían las cosas hoy de no haber existido Greenpeace, uno puede comenzar a darse cuenta del impacto que ha tenido.
Por ejemplo, ¿cuántas más de las poblaciones de ballenas en el mundo hubieran sido cazadas hasta la extinción? La continua presión de Greenpeace transformó a la Comisión Ballenera Internacional de una organización que asignaba cuotas para la cacería de ballenas en un cuerpo protector de estos mamíferos. En la década de los 1990, Greenpeace presionó de manera más amplia, demandando un santuario alrededor de la Antártida. En 1994 la CBI lo creó. Al igual que en México se decreto un santuario ballenero en todas las aguas patrimoniales mexicanas, protegiendo así a 21 diferentes especies de estos magníficos animales.
Muchos otros ejemplos demuestran cómo los argumentos de Greenpeace, a menudo criticados en el momento, se han convertido en razones aceptadas para que los gobiernos e industrias cambien. ¿Qué tanto más grande sería el riesgo que correríamos con más ensayos de armas nucleares en la atmósfera, con mayor transportación de cargamentos de combustible nuclear o más uso de CFC adelgazando la capa de ozono? ¿Tendría la Antártida la protección de la que disfruta actualmente sin la campaña que Greenpeace lanzó en los años 1980? ¿Aún estaría la industria nuclear vertiendo sus desechos radiactivos en los mares? ¿Habrían aceptado las naciones ricas prohibir la exportación de desechos peligrosos a los países en desarrollo? ¿Cuántos tiraderos nucleares más habría en la frontera de Estados Unidos con México? ¿Cuántas empresas contaminantes que ni siquiera dejan beneficios a las comunidades locales se habrían ya instalado en áreas protegidas como el Santuario de la Tortuga Marina de Xcacel, en Quintana Roo, o El Vizcaíno, en Baja California Sur? ¿Hace cuánto que México ya estaría totalmente saturado de siembra de organismos transgénicos, particularmente de maíz? Es difícil decirlo con certeza, pero en todos estos problemas Greenpeace llevó a cabo campañas con una determinación, convicción y vigor que indudablemente ayudaron a guiar el mundo hacia un futuro más sostenible y ambientalmente amigable.
Hoy, con 36 años de experiencia como respaldo, Greenpeace puede decir que tiene una misión tan clara como la de los miembros de la primera expedición: queremos proteger y salvar las "provisiones" ambientales globales; asegurar que haya un mundo donde nuestros hijos e hijas puedan vivir sin los riesgos de que agua, aire, tierra y alimentos estén contaminados.
Para cumplir este reto, Greenpeace ha crecido hasta convertirse en una organización global. Uno de sus grandes visionarios, David McTaggart, quien falleció a principios del 2001, entendió el significado de la 'globalización' mucho antes de que la frase se volviera de uso común. Bajo este concepto comenzó el crecimiento de Greenpeace hacia América Latina, Europa del Este y después Asia.
La necesidad de un liderazgo global es claro. Estados Unidos ha retrocedido a una posición de conveniencia política a corto plazo, haciendo a un lado sus responsabilidades globales en los problemas ambientales. El rechazo del presidente George W. Bush al Protocolo de Kyoto evidencia que ha elegido escuchar las voces partisanas de la América corporativa. No obstante imperfecto, el Protocolo sigue siendo un mecanismo vital para dirigir los efectos dañinos del calentamiento global, y su rechazo por parte del presidente Bush es una falta fundamental de liderazgo del único superpoder en el mundo.
Con actividad sistemática en 41 países, Greenpeace mantiene campañas en muchos frentes. Tiene un proyecto basado en el corazón de la Amazonia, donde los intereses de la tala industrial están saqueando madera y destruyendo un precioso e importantísimo ecosistema. Tomando la delantera en oponerse a los intentos de la industria biotecnológica para introducir los cultivos manipulados genéticamente en la agricultura, Greenpeace ha alertado al mundo sobre la amenaza potencial que las liberaciones no controladas de estos organismos representan para la vida silvestre, la biodiversidad y para la salud humana. Tenemos también como objetivo, eliminar de la faz de la tierra los doce contaminantes orgánicos persistentes, químicos sintéticos que dañan irreversiblemente la vida.
Estos son los papeles que Greenpeace toma a su cargo actualmente. Pero ni Greenpeace ni el movimiento ambiental en su conjunto pueden hacer todo solos: otras y otros deben llevar a cabo su parte. La globalización puede estar enriqueciendo a una minoría, fortaleciéndola. Pero con dichas ganancias vienen responsabilidades. La dirección política y empresarial viene de la mano con la responsabilidad. Eso significa preocuparse por la amenaza del cambio climático global, tomar la delantera en aplicar medidas para reducir sus efectos; en establecer controles y eliminar los malos hábitos del siglo XIX y XX que reducen recursos y contaminan. Es una severa opción que los líderes mundiales enfrentan: continuar tratando al mundo como un botín interminable o aceptar la obvia realidad de que no lo es.
Greenpeace tiene el compromiso de estar ahí para responsabilizar y presionar a aquellos que debieron y deben tomar este liderazgo. En un lapso de 36 años, puede ser muy tarde para actuar. Es por esto que mirando hacia el futuro, Greenpeace puede decir, con una legitimidad indisputable: "Estamos aquí para todos nuestros futuros". Es hora de recuperar el planeta.
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